Dennisse Montañez
La península de Baja California es uno de los territorios más singulares de México: un brazo de tierra de más de 1,200 kilómetros de longitud, rodeado por el océano Pacífico y el mar de Cortés. Sin embargo, lo que pocos imaginan es que este territorio está en movimiento constante y, con el paso de millones de años, terminará por separarse del continente para convertirse en una isla.
Lejos de la ciencia ficción, esta conclusión proviene de un estudio realizado por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), que desde hace décadas monitorea el comportamiento tectónico de la región.
La precisión del GPS confirma el movimiento
A través de la Estación Regional del Noroeste del Instituto de Geología de la UNAM, especialistas han colocado instrumentos de geolocalización satelital (GPS) que permiten medir con exactitud el desplazamiento de la península.
Los resultados son contundentes: Baja California se mueve entre 4 y 5 centímetros al año hacia el noroeste, adentrándose en el océano Pacífico. Aunque la cifra parece mínima, en términos geológicos se trata de un ritmo constante y significativo.
De hecho, en los últimos 500 años la península ya se ha separado aproximadamente 24 metros del resto de México.
La falla del Golfo de California: el motor del cambio
La “Falla del Golfo” no es una sola grieta grande como la Falla de San Andrés, sino una zona del Golfo de México donde existen varias fallas y movimientos de la tierra. Estos cambios en el subsuelo pueden provocar sismos y también son importantes porque afectan a la industria petrolera que trabaja en esa región.
La falla del Golfo de California, un sistema tectónico que divide a la Placa del Pacífico y a la Placa de Norteamérica.
Este sistema existe desde hace alrededor de seis millones de años y es responsable tanto del desplazamiento paulatino de Baja California como de la alta actividad sísmica en la región. La mayoría de los sismos son imperceptibles, pero la energía acumulada en la falla puede, en cualquier momento, provocar movimientos de gran magnitud.
Según los especialistas de la UNAM, estudiar esta dinámica no solo revela el futuro de la península, sino que también ayuda a prever riesgos sísmicos que afectan a millones de personas que habitan el noroeste del país.

¿Cuándo será una isla Baja California?
La pregunta más recurrente es cuándo ocurrirá la separación completa de la península respecto al continente.
El investigador Thierry Calmus, del Instituto de Geología de la UNAM, estima que si el movimiento se mantiene al mismo ritmo, en un millón de años Baja California se habrá desplazado entre 40 y 50 kilómetros.
Eso significa que la separación total, con el mar abriéndose completamente entre el continente y la península, se dará en un horizonte de millones de años. Dicho de otro modo: no es un evento que la humanidad vaya a presenciar en su historia próxima, pero sí una certeza dentro de la escala geológica del planeta.
Un fenómeno común en la Tierra
El desplazamiento de Baja California no es un hecho aislado. La deriva continental es un proceso natural que ha moldeado el planeta durante millones de años. Continentes enteros se han unido y separado a lo largo de la historia geológica, dando origen a mares, cordilleras y nuevas islas.
Lo que significa para México
Aunque la separación será perceptible solo en un futuro remoto, el seguimiento científico es clave para México por varias razones:
Prevención de riesgos sísmicos: al entender mejor el sistema de fallas, se pueden elaborar mapas de riesgo más precisos para la población.
Patrimonio geológico: Baja California es considerada un laboratorio natural que revela la evolución de la Tierra.
Conciencia ambiental: recordar que los cambios en el planeta son constantes y que el territorio que habitamos no es estático.
Conclusión
La península de Baja California se mueve, sí, pero lo hace al ritmo de la paciencia geológica: unos centímetros por año que, sumados en millones de años, reconfigurarán el mapa de México.
Gracias a los estudios de la UNAM, hoy sabemos que este proceso es real, medible y constante. Y aunque no se trata de un fenómeno que nuestra generación vaya a presenciar en su desenlace final, sí nos recuerda la fuerza de la naturaleza y la importancia de la ciencia para comprenderla.