Redacción.-
El 5 de mayo es una fecha profundamente simbólica en la historia de México. Cada año, las calles del país se visten con desfiles militares, discursos oficiales y homenajes al general Ignacio Zaragoza y sus tropas. Sin embargo, detrás de la conmemoración yace una historia compleja, que no se reduce al simple triunfo en la Batalla de Puebla. Para entender su relevancia, hay que mirar más allá del feriado y remontarse al México de 1861: un país destrozado por la Guerra de Reforma, dividido políticamente y sumido en la bancarrota.
De la deuda a la invasión imperialista
Ese año, Benito Juárez decretó una moratoria del pago de la deuda externa, buscando tiempo para recuperar las finanzas nacionales. Francia, junto con España y Reino Unido, respondió organizando la Convención de Londres con el pretexto de exigir el pago. Aunque España y el Reino Unido negociaron y se retiraron, Francia tenía otros planes. Napoleón III vio en la inestabilidad mexicana y en la Guerra de Secesión en Estados Unidos una oportunidad de oro para expandir su influencia en América. Así, el conflicto no fue un hecho aislado, sino parte de un ambicioso proyecto imperialista.
El día en que México sorprendió al mundo
El 5 de mayo de 1862, tras un primer enfrentamiento desfavorable para los mexicanos en Acultzingo, el ejército francés avanzó hacia Puebla. A las 11:15 de la mañana comenzó la batalla. Los franceses, considerados los mejores soldados de Europa, atacaron los fuertes de Loreto y Guadalupe con confianza. Pero la tenacidad del ejército mexicano, liderado por Zaragoza, logró lo impensable: detener y hacer retroceder al invasor. Aquella victoria, inesperada y heroica, retrasó un año el avance francés hacia la capital.
Aunque la intervención francesa continuó y las tropas europeas tomaron Ciudad de México en 1863, la resistencia mexicana no cesó. El triunfo del 5 de mayo no sólo dio tiempo al gobierno de Juárez para reorganizarse, sino que sembró esperanza en un país golpeado. Al final, los franceses fueron derrotados y expulsados. Por eso, cada 5 de mayo se recuerda algo más profundo que una batalla: la defensa de la soberanía nacional frente a un imperio extranjero, y la capacidad de un pueblo dividido de unirse ante la adversidad. ¿Quién dijo que la historia era cosa del pasado?
