Del 16 al 24 de diciembre, en México se celebran nueve días llenos de una de las épocas más hermosas, divertidas, brillantes, aromáticas y coloridas del año: las posadas.
Esta tradición decembrina, tal como la conocemos, surgió durante la evangelización de los pueblos originarios de México. Los españoles transformaron las festividades del mes de "Panquetzaliztli" —lo que hoy corresponde a diciembre—, donde se conmemoraba la llegada del dios Huitzilopochtli.
La celebración original comenzaba el 6 de diciembre y duraba 20 días. Consistía en colocar banderas en árboles frutales y estandartes en el templo principal en honor a su deidad.
Con la llegada del cristianismo al Valle de México, los conquistadores y sacerdotes instauraron las llamadas “misas de aguinaldo”, predecesoras de las posadas y del tradicional ponche de frutas, como nos explica Jorge Bailón de Gante, comerciante del mercado Adolfo López Mateos de Cuernavaca:
“La caña, el tejocote, la guayaba, la manzana, la piña, ciruela pasa, pasita, piloncillo y canela”.
Durante estas celebraciones, se leían pasajes de la Biblia y se realizaban representaciones alusivas a la Navidad, lo que hoy conocemos como pastorelas. Además, se entregaban pequeños regalos a los asistentes, conocidos como “aguinaldos”.
Con el tiempo, las posadas han evolucionado. Aunque su objetivo principal es recordar el nacimiento de Jesús, la forma de celebrarlas varía según cada región del país.
Sin embargo, estas festividades siguen llenas de color, cantos y comida tradicional. Las familias se reúnen para pedir posada, rememorando la historia de María y José, y celebran que alguien les abrió las puertas y les brindó alojamiento.
Como expresa Ramón Castro Castro, obispo de Cuernavaca, debemos celebrar con responsabilidad y disfrutar de estas tradiciones sin olvidar su significado espiritual:
“Que no vayamos a confundir posada con borrachera, posada con otra cosa que no tiene nada que ver. No vayamos a mezclar posada con alcohol, porque eso no tiene nada que ver con el Niño Jesús”.